divendres, 10 d’abril del 2009

BARCELONA, LA CIUTAT DELS CAFÈS

El suplement de LA VANGUARDIA (01/04/2009), Lluís Permanyer escriu sobre el llibre: LA CIUTAT DELS CAFÈS (1750-1880), de Paco Villar, publicat per La Campana.

En reproduim alguns paràgrafs pel seu interés; les negretes, són nostres

"Los cafés han contribuido a modelar la personalidad y el talante de los europeos. Barcelona ha sido una ciudad de cafés, y desde antiguo: muchos, algunos gigantescos y no pocos enriquecidos bajo el signo creativo y lujoso del modernismo.

Todo arranca con el café Caponata, en 1750. Tenía que ser en la Rambla y tenía que ser un italiano. Y es que la Rambla ha sido el núcleo en el que se arracimó un mayor número de estos establecimientos, no sólo en sus comienzos, sino que echaron buenas raíces a través del tiempo; y es que los italianos estuvieron en el origen de la mayoría de cafés, restaurantes y fondas.

A partir de aquel momento comienza un desfile imponente de cafés, en los que, a diferencia, ¡ay!, de nuestros días, en cada uno de ellos mandaba algo básico: la personalidad. No había dos iguales: tal era la riqueza de este fundamental sector ciudadano. La variación, por supuesto, podía ser motivada por la decoración, aunque otros valores añadidos le otorgaban su aquel: la seducción del dueño, unos buenos billares, la condición de cantante, la bondad del café y de otras tentaciones para el paladar, la clientela, ser punto de reunión o de conspiradores.

Cada época ha merecido sus cafés
Y conste que no me refiero a sus usos y costumbres, como el abocador,el recado de escribir, el chorrito de ron, las salas de juegos, la moda del jardín, la escalfeta y demás, que sin duda contribuye a singularizar amplios periodos. O incluso alguna jornada particular, como la disparatada del Carnestoltes.

Me refiero al café como mentidero y territorio propicio para acoger un determinado grupo de ciudadanos a los que mueve una determinada ideología, sea o no política; puesto que, pongo por caso, los masones cultivaban estos cenáculos. Ni que decir tiene que en ciertos momentos se convertían en puntos de reunión de gente politizada e incluso conspiradores. El XIX ha sido particularmente prolífico en los ricorsi,aunque invasiones como la napoleónica también inducían a los encuentros, que pasaban así más inadvertidos que en las casas, siempre que se guardara el consabido disimulo.